Hace años alguien me leyó este cuento y, sinceramente, me encantó. No sé si el autor, a quien desconozco, está al tanto de las múltiples versiones que funcionan por ahí. Incluso yo me he permitido corregir un pelín la que a mí me ha llegado. Aun no siendo fiel al original, hay que reconocer que destila verdadera frescura.
Cuenta la leyenda que una vez se reunieron en un lejano lugar de la Tierra veintinueve sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura les propuso: ¿jugamos al escondite? La Intriga levantó la ceja intrigada, y la Curiosidad sin poder contenerse preguntó: ¿cómo se juega? Es un juego, explicó la Locura, en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras vosotros os escondéis y, cuando yo haya terminado de contar, tengo que encontraros a todos y cada uno. El Entusiasmo bailó ilusionado secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar. La Verdad prefirió no esconderse ¿para qué?, si al final siempre la hallaban... La Soberbia opinó que era un juego muy tonto (le molestaba que la idea no hubiera sido suya), y la Cobardía prefirió no arriesgarse.
Uno, dos, tres... comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza que, como siempre, se escondió en la primera piedra que encontró. La Fe subió al cielo, y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, quien con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzaba a esconderse; cada lugar que hallaba le parecía mejor para cualquiera de sus amigos: ¿un lago cristalino? Ideal para la Belleza, ¿la rendija de un árbol? Perfecto para la Timidez, ¿el vuelo de una mariposa? Lo mejor para la Voluptuosidad, ¿una ráfaga de viento? Magnífico para la Libertad, así que terminó por ocultarse en un rayito de sol. El Egoísmo, en cambio, encontró un lugar muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo,... eso sí sólo para él. La Mentira dijo esconderse en el fondo del océano (en realidad se escondió detrás del arco iris). La Pasión y el Deseo en el centro de dos volcanes. Y el Olvido... ¡no me acuerdo dónde se escondió!
Cuando la Locura contaba 999.999, el Amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo lo encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores. ¡Un millón! Contó la Locura y comenzó a buscar.
A la primera que encontró fue la Pereza, que se había escondido sólo a tres pasos de donde estaba contando la Locura. La segunda fue la Curiosidad, que estaba espiando dónde se habían escondido los demás. El Entusiasmo y la Euforia estaban dando saltitos, así que fue fácil encontrarlos, después escuchó a la Fe discutiendo con Dios en el cielo sobre teología, y a la Pasión y al Deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. Tras un descuido encontró a la Envidia y a la Intriga que estaban discutiendo y, claro, pudo deducir donde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió desesperado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la Belleza. Con la Duda fue más fácil todavía, la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún en qué lado esconderse. Así fue encontrando a todos: el Talento entre la hierba fresca; la Angustia en una oscura cueva, la Mentira detrás del arco iris (¿pero no estaba en el fondo del océano?); la Generosidad detrás del rayito de sol; a la Alegría la escuchó reír y descubrió su escondite; y hasta el Olvido, quien ya no recordaba que estaba jugando al escondite. Pero el Amor no aparecía por ningún sitio.
La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo, en la cima de las montañas y, cuando estaba a punto de darse por vencida, divisó un rosal. Cogió una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un grito de dolor se escuchó. Las espinas habían herido los ojos del Amor. La Locura no sabía qué hacer para disculparse; lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la Tierra, el Amor es ciego y la Locura siempre, siempre, le acompaña.
Uno, dos, tres... comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza que, como siempre, se escondió en la primera piedra que encontró. La Fe subió al cielo, y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, quien con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzaba a esconderse; cada lugar que hallaba le parecía mejor para cualquiera de sus amigos: ¿un lago cristalino? Ideal para la Belleza, ¿la rendija de un árbol? Perfecto para la Timidez, ¿el vuelo de una mariposa? Lo mejor para la Voluptuosidad, ¿una ráfaga de viento? Magnífico para la Libertad, así que terminó por ocultarse en un rayito de sol. El Egoísmo, en cambio, encontró un lugar muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo,... eso sí sólo para él. La Mentira dijo esconderse en el fondo del océano (en realidad se escondió detrás del arco iris). La Pasión y el Deseo en el centro de dos volcanes. Y el Olvido... ¡no me acuerdo dónde se escondió!
Cuando la Locura contaba 999.999, el Amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo lo encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores. ¡Un millón! Contó la Locura y comenzó a buscar.
A la primera que encontró fue la Pereza, que se había escondido sólo a tres pasos de donde estaba contando la Locura. La segunda fue la Curiosidad, que estaba espiando dónde se habían escondido los demás. El Entusiasmo y la Euforia estaban dando saltitos, así que fue fácil encontrarlos, después escuchó a la Fe discutiendo con Dios en el cielo sobre teología, y a la Pasión y al Deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. Tras un descuido encontró a la Envidia y a la Intriga que estaban discutiendo y, claro, pudo deducir donde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió desesperado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la Belleza. Con la Duda fue más fácil todavía, la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún en qué lado esconderse. Así fue encontrando a todos: el Talento entre la hierba fresca; la Angustia en una oscura cueva, la Mentira detrás del arco iris (¿pero no estaba en el fondo del océano?); la Generosidad detrás del rayito de sol; a la Alegría la escuchó reír y descubrió su escondite; y hasta el Olvido, quien ya no recordaba que estaba jugando al escondite. Pero el Amor no aparecía por ningún sitio.
La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo, en la cima de las montañas y, cuando estaba a punto de darse por vencida, divisó un rosal. Cogió una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un grito de dolor se escuchó. Las espinas habían herido los ojos del Amor. La Locura no sabía qué hacer para disculparse; lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la Tierra, el Amor es ciego y la Locura siempre, siempre, le acompaña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario