domingo, 11 de enero de 2009

DE UN COLEGA PREMIADO

Después de un tiempo largo de sequía, volvemos a la carga con un relato que ha sido premiado "por su originalidad y talento". Su lectura es amena e invita a sentirse el protagonista de la misma, porque... sí, todos hemos sido un poco como Pablo.

LA PRIMERA VEZ

Era la primera vez que a Pablo le confiaban una tarea con tanto peligro. Llevaba varias semanas intuyendo que llegaría ese momento y, por eso, se había estado preparando concienzudamente durante ese tiempo. Todo lo tenía previsto. El armamento se encontraba en perfecto estado de revista. Sabía que sus enemigos estarían ahí fuera, que corría el peligro de sufrir una emboscada, pero el plan estaba perfectamente diseñado. Esa noche había repasado punto por punto los movimientos a seguir, cómo reaccionar a cada peligro que se avecinara, cómo sortear a sus enemigos. Era la primera vez que saldría solo y su misión iba a consistir en comprar dos barras de pan.
Desde el portal oteó sin miedo el campo de batalla. En su bolsillo izquierdo una moneda de dos euros; su bolsillo derecho, sin embargo, vacío. Su madre no le había dejado salir armado ni con su tirachinas ni con ninguno de sus cachivaches. Estaba sólo, pero concentrado en cumplir su misión y regresar con la mercancía. Había llegado la ocasión de demostrar que había nacido para cosas grandes.
Después de mirar el cielo y observar atentamente lo movimientos de las pocas personas que en ese momento circulaban por la calle, decidió ponerse en camino. Sus pasos le llevaban en seguida a doblar la esquina, así que con precaución se acercó y se pegó a la pared. Más de una vez lo había visto en la tele y él no iba a ser menos. Asomó su naricilla. El Coso estaba seguro repleto de espías. Se caló la gorra. Tenía que pasar desapercibido y ya se estaba acercando. Estarían esperando a que cruzara por allí. Dudó por un instante qué tenía que hacer ahora. Ése era el cuartel enemigo. En ese bar se escondían ellos y no podía dejarse coger. Paró entonces en la entrada de una casa para decidir su estrategia. El del quiosco parecía estar distraído. Al menos eso parecía. ¿Estaría fingiendo? ¡La poli! Es el momento. No se atreverán a salir y si lo hacen… En décimas de segundo pasó corriendo frente al bar del Cicatriz. Parecía que el peligro había pasado.
Un hombre sentado en una silla de fieltro tocaba su guitarra. La gorra en el suelo, unas pocas monedas y las notas resonando en los Porches. Con éste no había contado. Las gafas de sol nunca le inspiraron confianza. Tengo que cruzar antes de que se dé cuenta. El chirrido de un coche alertó al guitarrista. Paralizado delante del coche, miró hacia atrás cruzando la mirada con el del quiosco. Me han visto. Corre, corre. ¡Chaval, mira el semáforo antes de cruzar! No había tiempo que perder. Habían doblado la vigilancia. Alguien les había alertado. ¿Pero quién podía saber que precisamente esa mañana saldría a cumplir esa misión? ¡La vecina cotorra! Ella es la soplona. Mamá se lo dijo ayer antes de cenar. ¡Traidora! Tengo que volver cuanto antes para avisar a la mamá. Rápido, vamos.
Confiado en sus veloces zapatillas –no había otras entre los de su clase que corrieran tanto como las suyas-, llegó a la plaza Navarra. Estoy al descubierto. Si el espía de la guitarra no hubiese estado… Las palomas, asustadas a su paso, salieron volando. ¡Pablo, Pablo! ¿A dónde vas tan corriendo? Jo, la madre de la pesada de Cris. Ni caso, haz como si no la oyeras. ¡¿Pablo?! Venga, que ya falta poco. En cuanto llegue al final de la calle Zaragoza estaré a salvo. Ay, perdón. A ver si miras por dónde vas, enano. ¿Enano? Si de verdad supiera de lo que soy capaz… Y, dirigiéndole una última mirada de Clint Eastwood, se metió dentro de la panadería. Con un rápido movimiento comprobó que la moneda seguía en su bolsillo. Dime, ¿qué deseas? Eh, sí, dos barras de pan, por favor. Y le alargó la moneda. ¿Te doy una bolsica? Vale. Toma las vueltas, majo. Gracias. Adiós. Adiós, adiós.
Bien. Y ahora…, ¿qué camino cojo…? Seguro que esperan que cambie de camino. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su boca. Se van a equivocar. Y, si siguen ahí, a mí desde luego ya no me podrán sorprender. Sé perfectamente dónde está cada uno de ellos. Soltó la puerta y siguió con la vista a un hombre que se iba acercando con parsimonia. Detrás de este señor gordo no me verán... ¡Ahora! Y comenzó a andar detrás de él. Desde lejos intentó buscar con la mirada al de la guitarra. No se le ve. Hay demasiada gente. Un coche de la policía llegaba lentamente por detrás. Al poco el coche se puso a la par. Un ligero golpe de cabeza del chaval quiso indicarles un qué tal va todo colegas, pero no quiso significarse demasiado. Sí, eran de los suyos, aunque con una pequeña diferencia: él trabajaba solo e iba de incógnito. El copiloto le correspondió con un movimiento de su mano derecha, esbozando una sonrisa de complicidad.
Unos pasos más allá le llevaron de nuevo a la plaza Navarra. Sí. El de la guitarra había desaparecido. Lo sabía, les he dado el esquinazo. Ahora estará buscándome por otra calle, el tonto de él. Si soy rápido y paso por detrás del quiosco, sólo me quedará pasar por el bar. Dicho y hecho. Jugando con las columnas de los Porches, se fue escondiendo de la amenazante mirada del quiosquero. La gente pasaba a su lado rumiando sus pequeños problemas, indiferentes a los peligros que esconde la ciudad. Si supieran… Una vez burlado, echó un vistazo a derecha e izquierda y cruzó corriendo el Coso para emprender al trote la subida de Duquesa Villahermosa, con una risa nerviosa. Dando este rodeo, los del bar no me verán. Esta sí que ha sido una buena jugada. Y volvió a reírse entre dientes. Ya sólo quedaba bajar su calle y… misión cumplida. Con paso firme entró en el portal y, de dos en dos escalones, subió hasta su rellano. El corazón le latía fuertemente. Lo había logrado. Después de llamar a casa y oír los pasos de su madre ya próximos a la puerta, se inventó un rápido giro a la derecha para pulsar el timbre de la cotorra. Toma ésa. Y, como vuelvas a dar un chivatazo, te vas a enterar. Cotorra, chivota. Su madre abrió. Ah, ya estás aquí. Has tardado un pelín, ¿no? Bueno… sí. Un gesto de indiferente protagonismo se asomó a su rostro. No te preocupes, mamá. La próxima vez seré más rápido. Lo has hecho muy bien, cariño. Anda, pasa. Y, por cierto, no te fíes un pelo de la vecina. ¿Qué? Venga, va, ponte a hacer los deberes, que luego nos vamos a ir a ver a la yaya. Jo, ¿y no los puedo hacer mañana? No. Ahora. A sus órdenes, mi general. Este chico…

Carlos Bibián Lamarca
Premiado en el Concurso de Relatos Cortos "Ciudad de Huesca" 2008