domingo, 4 de noviembre de 2012

RELATO PALINDRÓMICO

Desconozco -y no me voy a poner a comprobarlo- si existe el término "palindrómico", pero no encuentro un vocablo mejor para designar este relato de Fredric Brown. Tengo que reconocer que lo introduzco en este blog con la sospecha de que algún lector pueda lanzarse a pensar "esto es una tomadura de pelo" o "esto también lo puedo hacer yo". Muy bien, campeón, es cierto, pero ¿alguna vez has escrito algo así? Cuento con que evidentemente el lector entienda lo que ha sucedido en el relato. Si no es así, le sugiero enterarse de qué es un palíndromo. Eso sí, después de haberlo leído, claro.


EL FINAL

El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo de muchos años. 
-Y he encontrado la ecuación clave –dijo un buen día a su hija-. El tiempo es un campo. La máquina que he fabricado puede manipular, e incluso invertir, dicho campo. 
Apretando un botón mientras hablaba, dijo: 
-Esto hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto –dijo, hablamos mientras botón un apretando. 
-Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede fabricado he que máquina la. Campo un es tiempo el. –Hija su a día buen un dijo-. Clave ecuación la encontrado he y. 
Años muchos de largo lo a tiempo del teoría la en trabajado había Jones profesor el.

FINAL EL
Fredric Brown

FRANZ KAFKA

Rescato de mi baúl unas líneas que, desde hace ya bastantes años, leo a cada nueva generación de intrépidos descubridores de la literatura. Y siempre, siempre, he visto en sus ojos la ilusión por parecerse un poco a este "misterioso personaje" que, sin llevarse ni premio ni aplauso, hace feliz a una niña acompañándola en su paso de la infancia a la adolescencia. Lo que a muchos se les pasa por alto es que tanto la muñeca como Kafka van a ir desapareciendo sin ruido de la memoria de la niña, siendo éste el pago por la felicidad de ella.


FRANZ KAFKA Y LA NIÑA

Imagina a Franz Kafka en una calle de Praga. No, no es Praga, es otra ciudad. Imagínalo en una calle de Berlín.
En noviembre de 1923 él y Dora Dymant cambiaron de casa, Grunewaldstrass, 13, alquilando dos habitaciones en casa de un médico.
Imagina a aquel escritor, ya afectado por la tuberculosis, paseando por la calle en una tarde nublada y tranquila.
Una niña llora en la acera. Franz Kafka se acerca a la niña que oculta su cara bajo mechones pelirrojos. Llora porque ha perdido su muñeca.
- ¡No, no se ha perdido! - le dice Franz Kafka.
Que no se ha perdido, que no llore, que la muñeca ha tenido que marcharse de viaje y que no se ha despedido de ella porque los adioses son tristes.
- Hace poco me he encontrado con tu muñeca - dice Franz Kafka - a la salida de la ciudad, y me ha dicho que te ha escrito.
Imagina a la niña secándose las lágrimas con sus manitas. La niña, desde la profundidad de sus ojos azules, mira al hombre moreno, al extraño mensajero.
El mensajero, Franz Kafka, sube calle arriba con su traje negro y paso lento, para perderse, como el más misteriosos de los mensajeros, en la esquina de la calle.
La niña, durante las siguientes semanas, recibió las cartas de la muñeca, en las que le contaba un viaje extraordinario, cada vez desde más lejos.

Joseba Sarrionandia, de No soy de aquí