miércoles, 16 de octubre de 2013

GANAS DE ENREDAR

El título con el que he encabezado esta entrada creo que es el acertado, ya que este cuento no busca en absoluto la excelencia literaria sino, más bien, ser un jueguecito más. No obstante resulta posible que el lector no le encuentre el sentido o, encontrando el sentido, no le haga gracia. Me consta que el autor no tenía grandes pretensiones con él, así que no nos preocupe el resultado.


Y LAS PERDICES SE LOS COMIERON

Se durmió la dama y el jinete se acercó para darle un beso, sorprendido quizá por su enorme belleza. Instantes después salió cabalgando hacia el horizonte. Todos los animalillos fueron desapareciendo poco a poco. Los que allí quedaron, con los ojos enrojecidos, portaron a la muchacha sobre sus hombros hasta la casa. Sin saber qué más hacer, decidieron salir como de costumbre a trabajar, aunque ya era casi de noche.

No pasaron muchos minutos cuando la chica despertó de su sueño. Anduvo por la casa un tanto mareada, pero hasta que no regurgitó un trozo de fruta no se recuperó de verdad. Le había sentado mal. Grande fue su sorpresa entonces cuando descubrió que una anciana la estaba contemplando. Pocas palabras cruzaron y la anciana salió por la puerta. Nuestra bella protagonista no lograba encajar las piezas. Hasta la casa –el dormitorio con sus camas, la mesa con sus platos- la empezó a ver cada vez más ajena, más distinta a lo que ella podría haber imaginado jamás. No lo dudó más y abandonó la casa.
El bosque era un canto a la vida y por eso caminó feliz por sus sendas durante esa tarde. Estaba mirando la copa de los árboles cuando de pronto le sorprendió el chillido desgarrador de un jabalí. En seguida, apresuró sus pasos hacia allí encontrándose con un hombre de rudo aspecto.
-   “¿Qué hace, buen hombre?”, preguntó la mujercita.
-   “Acabo de revivir a este jabalí, hermosa doncella”, contestó éste.  “Montemos sobre mi caballo y vayamos hasta el castillo”.
Y cogiendo un cofre y subiendo a la dama sobre los lomos de su caballo, cabalgaron hasta el castillo.
-   “Acompáñame y te llevaré hasta la Reina”, le sugirió él.

La muchacha no opuso mucha resistencia aunque cada vez se veía más nerviosa. Llegaron hasta la sala donde estaba la Reina quien tenía en esos momentos  un aspecto un tanto huraño. La Reina la llevó con poca delicadeza hasta otra habitación y la dejó allí. Ya de regreso el hombre le entregó un cofre a la Reina y ésta, mirándose en el espejo, le mostró su desagrado y su enfado porque acababa de enterarse de que había perdido el concurso de belleza. Siempre lo había ganado durante largos años, pero esta vez se lo había arrebatado esa muchacha, quien -conforme pasaba el tiempo- iba olvidando todo lo que ahora sabes, querido lector, cada vez más joven, pero cada vez menos hermosa en un lugar muy lejano.

Carlos Bibián