Y LAS PERDICES SE LOS COMIERON
Se durmió la dama y el jinete se
acercó para darle un beso, sorprendido quizá por su enorme belleza. Instantes
después salió cabalgando hacia el horizonte. Todos los animalillos fueron
desapareciendo poco a poco. Los que allí quedaron, con los ojos enrojecidos,
portaron a la muchacha sobre sus hombros hasta la casa. Sin saber qué más hacer,
decidieron salir como de costumbre a trabajar, aunque ya era casi de noche.

El bosque era un canto a la vida
y por eso caminó feliz por sus sendas durante esa tarde. Estaba mirando la copa
de los árboles cuando de pronto le sorprendió el chillido desgarrador de un
jabalí. En seguida, apresuró sus pasos hacia allí encontrándose con un hombre
de rudo aspecto.
- “¿Qué hace, buen hombre?”, preguntó la mujercita.
- “Acabo de revivir a este jabalí, hermosa doncella”, contestó éste. “Montemos sobre mi caballo y vayamos hasta el castillo”.
- “¿Qué hace, buen hombre?”, preguntó la mujercita.
- “Acabo de revivir a este jabalí, hermosa doncella”, contestó éste. “Montemos sobre mi caballo y vayamos hasta el castillo”.
Y cogiendo un cofre y subiendo a
la dama sobre los lomos de su caballo, cabalgaron hasta el castillo.
- “Acompáñame y te llevaré hasta la Reina”, le sugirió él.
- “Acompáñame y te llevaré hasta la Reina”, le sugirió él.
La muchacha no opuso mucha
resistencia aunque cada vez se veía más nerviosa. Llegaron hasta la sala donde
estaba la Reina quien tenía en esos momentos un aspecto un tanto huraño. La Reina la llevó
con poca delicadeza hasta otra habitación y la dejó allí. Ya de regreso el
hombre le entregó un cofre a la Reina y ésta, mirándose en el espejo, le mostró
su desagrado y su enfado porque acababa de enterarse de que había perdido el
concurso de belleza. Siempre lo había ganado durante largos años, pero esta vez
se lo había arrebatado esa muchacha, quien -conforme pasaba el tiempo- iba
olvidando todo lo que ahora sabes, querido lector, cada vez más joven, pero
cada vez menos hermosa en un lugar muy lejano.
Carlos Bibián